sábado, 13 de diciembre de 2014

INFERNO



Suena seco el estampido y el acre olor de la pólvora impregna mi pituitaria.
Cuando abro los ojos nada es igual.
Él, desnudo en el lecho, me mira con ojos muertos.
 Profanada la blancura de su piel por el rojo carmesí de la sangre.
En un rincón, piel canela hecha un ovillo, esconde su cara el pecado, sollozando.
Es sólo un niño.

No, nada es igual.
Todo se ha acabado.
Todo se ha roto.

Me aterra al vacio que ahora siento.
Los hombres no lloran, me imponía mi padre, por eso yo aprendí a llorar hacia dentro.
 Y me abrasa cada lágrima que no derramo.

Quema mis labios el metal cuando lo introduzco en mi boca.
Cierro de nuevo los ojos e inspiro con fuerza.

No temo a la muerte.
No quiero la vida sin él.

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