martes, 8 de marzo de 2016

LOCURA



Galopo  en el desbocado caballo de la locura
perdiendo la consciencia de la realidad,
cómplice mí dislocada mente de la oscuridad,
hundida sin remedio en una negra espelunca.

Llega a ser de una exquisita dulzura
el daño que en mi produce esta maldita agonía
que confunde mis sentidos convirtiendo en alegría
el dolor que esta vesania provoca en mi cordura.

¡Ah! Maldito colador de  travesura
que desencaja mi pensamiento día a día
robándole a mi vida el sentido que tenía
afirmación constante de mí falta de mesura.

Como púa envenenada de biznaga
hiere con vehemencia, con impúdica insistencia,
lo poco que en mi queda de consciencia,
saludos crueles de la nada.

Y el jilorio que hoy siente mi alma
ávida de la mano de un amigo
que sosiegue el disparatado latido
de este corazón hambriento de calma,
se verá saciado finalmente
y quizá se instale la bonanza
en el mar ausente de esperanza
que se agita sin descanso en mi mente,
cuando encuentre la luz entre tinieblas
de un amigo, de un amor, de una ilusión,
de una palabra, de un sueño, una razón
que me libere por fin de estas cadenas.

JF.
03/10/15

lunes, 7 de marzo de 2016

¿PAZ?



En la desconchada pared del fondo todavía podía leerse escrito en estilo ruq`a y trazos negros “Si me das a elegir una sola palabra me quedo con la PAZ. De vida, de mente, de espíritu”; en el suelo una foto de familia, roto el cristal del marco, donde un hombre de grueso bigote estaba rodeado por tres niños y dos niñas. Colgado en otra pared, como una isla, un cartel presentando al “che” Guevara luciendo boina de comando con una roja estrella, y escrito con letras blancas y en inglés: “Más vale morir de pie que vivir arrodillado”.
No pudo evitar el joven soldado que una leve sonrisa acudiera a sus labios.
Entró con precaución en la habitación llena de cascotes donde, junto a un armario sin puertas y una mesita milagrosamente impoluta, había una rota cama con un viejo colchón de borra de lana, tintado por lo que parecía ser sangre.
Miró precavido hacía el agujero que debió ser ventana un día, por donde pudo ver a su compañero apuntando con su arma la cabeza de un muchacho de apenas doce años que, arrodillado de espaldas a él, lloraba con la manos en la nuca.
Sonó un disparo y el retenido cayó hacia delante con el cráneo destrozado.
Aquello le producía un tremendo dolor de estómago y unas nauseas casi inaguantables, pero había aprendido a convivir con ello.
Junto al desvencijado lecho, descubrió una sucia muñeca a la que le faltaba un brazo que trajo a su memória la imagen dolorosa de su hermana, tullida por un maldito misil. Por un instante perdió la necesaria concentración.
Justo en ese momento salió de debajo de la cama un niño de no más de siete años, saltando como un felino hacia él.
-¡Dios es grande! –gritó el niño al tiempo que se aferraba a sus piernas con un explosivo en la mano...


JF.  30.01.2016