jueves, 15 de diciembre de 2016

PAPA NOEL



  -¡Soy una mierda! –murmuró caído sobre las bolsas de basura que se amontonaban junto a los contenedores- ¡Un mierda rellena de alcohol!
  Vació de un trago lo que quedaba de vino en la botella y la lanzó sin acierto contra un gato que rebuscaba entre los abundantes desperdicios que había producido la Nochebuena en el vecindario.
   -Y una mierda solo puede estar entre la inmundicia –afirmó balbuceante removiendo su cuerpo revestido con un sucio traje de Santa Claus entre las negras bolsas, consiguiendo romper alguna de ellas y desparramar su contenido.
   Un año hacía ya que arrastraba su cuerpo por los rincones de la ciudad, llorando su amargura, envenenándola con vino barato para acallarla, acusándose día y noche de la pérdida que lo había llevado hasta aquel estado de abandono y desesperación, clavándose puñales de odio hacia sí mismo en el corazón, intentando ahogar en alcohol su vida. 
   Un año.

   Nochebuena, cánticos navideños en las calles, luces de colores en las avenidas, alegría en los rostros y él, algo chispado por las últimas cervezas compartidas, conduciendo su coche con la música bien alta, uniendo su voz a la de su mujer y su pequeño para cantar un viejo villancico, volviendo a casa después de realizar las últimas compras navideñas, escasas por supuesto pues hacia seis meses que había perdido su empleo. De repente apareció aquel maldito perro, negro como la noche y se detuvo en medio de la calle mirándolos con unos ojos que brillaban como diamantes. Él quiso esquivarlo, pero los reflejos le fallaron en el último momento y acabó por empotrarse contra la esquina de unos grandes almacenes. Aturdido por el tremendo golpe, acertó a quitarse el cinturón de seguridad y se giró hacia su mujer que, aparentemente,  había perdido el conocimiento. Miró hacia atrás pero su hijo estaba caído entre los dos asientos. Desesperado forzó la puerta atrancada hasta conseguir abrirla y salió trastabillando para caer sobre el asfalto. El motor prendió. La poca gente que estaba en la calle corría hacia ellos.
    Cuando intentó levantarse el coche se convirtió en una hoguera con una sorda explosión. Alguien lo tomó por los brazos y lo alejó de las llamas. En su aturdimiento sólo llegó a escuchar el desgarrador grito de su hijo llamando a su madre, luego silencio, oscuridad. Perdió el sentido, perdió todo lo que tenía.

   Primero el chirrido de un frenazo, luego el sonido grave del impacto, lo devolvieron a la realidad. Como impulsado por un resorte se irguió sobre la basura y salió corriendo hacia el principio del callejón. Un coche acababa de empotrarse contra la esquina de un comercio. Corrió desesperado.
   Arrancó la puerta del conductor para sacar a una mujer que lo miró con ojos vidriosos y perdió en sentido; la depositó inconsciente en el suelo, luego con furia rompió los cristales de la otra puerta lateral y, cuando las llamas prendían en el motor, consiguió abrirla tomando en volandas a un niño de unos seis años, casi como su hijo, que lo miraba con ojillos espantados, y llevarlo al lado de la mujer. Luego, tras confirmar que los dos estaban a salvo se dirigió de nuevo al coche y se introdujo en él, justo en el momento que, con una explosión éste se vio envuelto en llamas.
    -¡Ha sido Papa Noel, mama! –gritaba el niño zarandeando en cuerpo inerte de su madre- ¡Ha sido Papa Noel!

JF. 15/12/2016

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