Acudió en cuanto se produjo el ensordecedor
sonido, porque ella siempre está alerta.
Delicadamente va acariciando las pequeñas cabecitas
y depositando un beso en su frente, una a una, un beso melancólico, tenue, cuasi
amoroso, pero gélido, a fin de cuentas es el definitivo y, en aquél caso
especialmente, no es fácil elegir a quién dar ese maldito ósculo que abre las
puertas de la noche eterna.
Las niñas jugaban en el patio cuando la
escuela saltó por los aires hecha añicos por un error logístico al lanzar el
misil. Cosas de la guerra. Las muchachitas apenas tuvieron tiempo de darse
cuenta de lo que pasaba.
Con innegable tristeza, la parca, tras
repartir sus besos de muerte, preside el cortejo de infantiles almas que se
elevan en el cielo hasta perderse entre las blancas nubes, ajenas a los gritos,
a los llantos, a las ciegas miradas de quienes no pueden ver más que
cuerpecitos destrozados y no los espíritus que albergaban y que sutilmente se
alejan hacia la eternidad.
JF.
01.11.16
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