(Texto gnador en los Juegos Literarios del "TERRITORIO DE ESCRITORES" - Reto semanal: QUE NOS CUENTA LA LLUVIA)
Llueve.
Mansa,
agobiante, pertinazmente sobre nuestras cabezas, calándonos hasta los huesos,
atravesando la lluvia inmisericorde nuestras armaduras y empapando las ropas
hasta hacerlas pesadas, adheridas a nuestros cuerpos que tiritan con un frio
interno del que no nos libramos ni pegados a las llamas amigas de la fogata
encendida en el cuerpo de guardia.
Llueve.
Lleva
días haciéndolo. Todo huele a moho, a tierra mojada, a miedo…
No
podemos movernos de la empalizada, los malditos salvajes, hijos del diablo, nos
acosan constantemente, lanzándonos dardos y flechas que se clavan en nuestros
cuerpos causando heridas que nadie puede curar y nos traen la muerte,
emponzoñadas sin duda por alguna pócima embrujada que esos demonios poseen.
Nada
pueden nuestros mosquetes, la pólvora humedecida falla y erramos los disparos
que, a pesar de todo, tiramos sin tino contra las sombras que creemos ver
moverse entre la densa maleza.
Llueve.
Apenas
quedamos quince hombres medio sanos, el resto han muerto, incluso el joven
franciscano que nos acompañaba y que, creyéndose poseído por una mística
energía divina, enfebrecido por lo que dijo era una revelación del altísimo,
salió del vallado llevado la cruz en alto dirigiéndose hacia la espesura seguro
de obrar un milagro y de que los indígenas se postrarían ante la santa cruz. Desapareció
engullido por la selva y la lluvia y sólo un grito desgarrador nos dio cuenta
del resultado de su santa hazaña.
Llueve.
Pero
hoy será el último día que tendremos que soportarlo. El alférez Rodrigo de Vera
ha decidido que es el día y lo cierto es que todos los demás hemos coincidido.
Ya no quedan alimentos, ni deseos de vivir, de luchar más contra las sombras.
Hoy saldremos en busca de nuestro destino, en busca de esa muerte gloriosa con
la que sueña todo soldado de las Españas. Nos hemos comido el miedo, ya no
tenemos fuerzas ni deseos de continuar esperando una muerte lenta y silenciosa
en estos pantanos olvidados de la Florida.
Llueve.
Y
nuestras lágrimas se confunden con la lluvia mientras se abre el portón y
salimos en tropel aferrados a nuestras armas…
Llueve…
JF. 23/01/2016
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