Decía
mi querida y añorada abuela María que la vida es como una impresionante escalera
de caracol que asciende hacia el cielo perdiéndose entre las nubles. Me
explicaba ella con su voz melodiosa, que esa es una escalera que todos debemos
subir, al principio deprisa, sin miedo, pero luego mucho más despacio, no por
el cansancio, que también, sino porque las prisas se han ido quedando atrás. Y
con nosotros acompañándonos muchos otros, amigos, familiares, conocidos. De vez
en cuando hay algún rellano, repartido sin orden ni concierto a lo largo de la
ascensión, donde van quedando las sombras de aquellos que perdemos. Cuanto más
ascendemos más sombras dejamos y llega un momento que la única sombra que queda
es la nuestra: nos hemos quedado solos. Y es entonces cuando la muerte nos
abraza y se acaba la escalera.
Yo
sueño muchas veces con esa escalera y con mi sombra subiéndola, solo, nadie me
acompaña ni veo que nadie haya quedado en ningún rellano, pues en la escalera de
mis sueños no hay rellanos, sólo duros escalones que cuestan cada vez más de
salvar. Y allí en el fondo, me descubro a mí mismo inmóvil, desnudo, pequeño,
insignificante, contraídas mis piernas, escondidos mis brazos junto a mi
cuerpo, encogido en mí, adquiriendo la falsa seguridad de una posición fetal.
Cerrados los ojos, negándome al movimiento. Veo el fondo de la escalera, el
principio, pero jamás el final, tan sólo soy consciente del escalón que voy
pisando, cada vez más penosamente.
Nunca
he intentado analizar este sueño ni encontrarle sentido pues a la vez que me turba, me
provoca una sensación de bienestar, me acerca al recuerdo de mi querida abuela
cuya sombra quedó hace muchos años sentada en su mecedora en un rellano de su
escalera, seguro estoy, muy, muy cerquita del cielo.
JF.
09.05.15
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