Llegó el momento esperado y temido. Le
alargo los papeles a la angelical funcionaria que me mira por encima de sus
nacarados anteojos. Sin una sonrisa, sin un gesto de bondad como hubiera sido
de esperar en aquel lugar celestial.
-Si no lleva el certificado de INFANCIA
FELIZ, no puedo atenderle ni darle soluciones, su destino es el que le han
asignado, no obstante puede colocarse en la fila de la derecha para solicitar una
nueva entrevista.
-Espere señorita, ya les he explicado que olvidé mi infancia, fue una experiencia
terrible, y no creo que para…
-La fila de la derecha para una nueva
entrevista –concluye con voz aflautada devolviéndome los papeles-. ¡Siguiente!
La miro agotado.
Yo pensaba que en el cielo no habría
funcionarias, que no existirían las ventanillas, que todo sería más sencillo,
pero hete aquí que sí las hay y tan complicadas como en la tierra.
Es la tercera vez que me estanco ante la
dichosa ventanilla por la falta de un bendito papel y todo porque no entiende
la angelical señorita que, después de vivir ciento siete años, estoy muy
cansado, no recuerdo nada de mi infancia y por eso el de la entrevista no
quiere expedirme el certificado dichoso. ¡Por el amor del Dios que nos ha
creado a todos! ¿No podrían dejarme desarrollar una ocupación tranquila,
sencillita?... ¡No quiero convertirme en un registrador de pecados como aquí
pretenden! ¡¡Aunque sean veniales…¡¡ ¡Eso ya lo hice en la tierra cuando trabajé
en los juzgados! Y de bien gordos y mortales fueron los que pasaron por mis
manos…
Tan difícil de entender es qué si me he ganado
al cielo es para descansar, gozando de la dicha celestial y del bienestar de
los justos, ¡qué sólo deseo disfrutar de la eternidad limpiando y esparciendo nubes!
J.F. 16/05/15
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