lunes, 23 de marzo de 2015

MIÉNTEME (Dedicado a la tropa política imperante)



Miénteme,
con esa falsa sonrisa
con tu insustancial verborrea
y tu indolente ademán.
Miénteme,
ahógame con promesas,
subyúgame con caricias,
viste con sedas tu falsedad.
Miénteme,
déjame reír con tus falacias,
pues cada mentira tuya
me acerca más a la verdad.

domingo, 22 de marzo de 2015

LEYENDA DE LA RATA PENADA Y EL REY JAUME



    Cuentan que en tiempos de reconquista, tenía el rey Jaume I (me resulta extraño nombrarlo como Jaime) sitiada la ciudad de Valencia, por aquel entonces en manos de musulmanes, enfrentándose en numerosas ocasiones las huestes de unos y otros sin conseguir los cristianos vencer la férrea resistencia de los habitantes de la ciudad que decían no sería conquistada mientras los murciélagos (al que en estas tierras se llama “rata penada”), que anidaban en los rincones más oscuros de las murallas, sobrevolasen cada tarde los tejados.
    Un atardecer llegó hasta el campamento cristiano uno de estos animales, volando bajo y causando el pavor de la soldadesca que los algunos de ellos asimilaban a espíritus infernales. Y quiso el azar que esta rata penada arribara hasta la tienda del rey y se colgara en su interior cabeza abajo, como es su forma natural de hacerlo, quedando dormida plácidamente al instante. Algunos de los oficiales de rey quisieron acabar con ella, pero el rey Jaume lo impidió, presintiendo que aquello era un buen augurio.
    Aquella misma noche el ejército árabe preparó una importante incursión con el fin de asolar el campamento de las tropas cristianas y provocar gran mortandad entre sus componentes. Pero cuando se disponían a lanzar su ataque, confiados en que todos dormían, se iniciaron unos ruidos y toques de tambor extraños que alertaron a la guardia y pusieron en pie al grueso de los hombres del rey Jaume que, de esta manera, pudieron hacer frente al ataque consiguiendo una importante victoria sobre sus enemigos, a los que hicieron correr derrotados para refugiarse tras la puertas de la ciudad.
    Ordenó el rey que se investigara el origen de la alerta que les había salvado la vida y al poco de iniciar la búsqueda por el campamento hallaron a una pequeña rata penada, la que quedó dormida en la tienda del rey, metida dentro de un tambor roto golpeando todavía con su cuerpo y sus alas el parche o la piel, produciendo los sonidos que los habían alertado.
    Dicen que desde entonces decretó el rey Jaume que fuera la rata penada animal amigo de los cristianos y cuando la ciudad de Valencia se rindió a sus huestes, mandó que este murciélago coronara el nuevo escudo que se le diera a la ciudad cristianizada.
     Así es la leyenda y así os la cuento yo.

  Hoy en día aun continúan las ratas penadas sobrevolando los tejados de la ciudad de Valencia, lanzando sus estridentes chillidos cuando llegan los calores estivales, a pesar de que han desaparecido las murallas y (de momento) nadie intenta conquistar por las armas la ciudad. Será éste también un buen augurio…











AL BORDE DEL CAMINO



Caminaba dolorida, cargada con un pesado fardo a sus espaldas, tirando de la cuerda que ataba a modo de arnés la cabeza del tozudo mulo; soportando las palabras de desprecio de su esposo y dueño que, a horcajadas sobre el macho, iba golpeando con su varita de cerezo ora el lomo del animal ora la cabeza de la mujer cubierta por el asfixiante burka.
El sol castigaba sin piedad calentando las piedras del camino y los cuerpos de los viajeros que atravesaban la montaña con paso cansino, haciendo equilibrios por el sinuoso y estrecho sendero para no caer al fondo del profundo barranco.
El hombre detuvo la marcha para poner pie a tierra. Descolgó el odre de agua y bebió un buen trago, después llenó su mano con el liquido refrescante y se lo ofreció al mulo que bebió con fruición, finalmente volvió a llenar su mano y se la tendió a la mujer que, levantando ligeramente el burka, sorbió con mesura.
Tras colgar de nuevo el odre, dedicó unas palabras de cariño al animal y se dispuso a subir a su lomo, con tan mala fortuna que empujó a la bestia obligándola a dar un traspiés, apoyando mal sus pezuñas en una roca suelta que no aguantó el peso del mulo, cediendo, precipitándose al barranco, provocando al desprenderse la falta de sostén del macho y su caída al vacío llevando al hombre cogido a su cuello.
La mujer soltó instintivamente la cuerda que en su mano sujetaba evitando ser arrastrada.
En silencio, dejó el fardo y se asomó, para ver, retorcido y sangrante, a su esposo y dueño en el fondo, junto al cadáver del mulo.
Escupió, se desprendió del burka dejándolo sobre el fardo y, lentamente, prosiguió su camino, libre, sin volver la vista atrás ni una sola vez.