sábado, 27 de diciembre de 2014

PARÍS



Tenía París en sus manos.
Sujetándolo firmemente pero con ternura.
Tan suyo era que podía hacer que nevara con solo darle la vuelta.
Cristalino, diminuto ensueño con la torre Eiffel de fondo.
Aquel París se lo trajo su padre cuando era una niña, a la vuelta de uno de sus múltiples viajes, y lo había conservado amorosa, religiosamente, en el estante de los sueños pendientes, puesto que pendiente quedó que él la llevara un día a conocer la capital de Francia.
Pero eso iba a cambiar, ya tenía el billete en su bolso, su padre se lo había regalado dos semanas antes por su diez y ocho cumpleaños. Tres días más y conocería la ciudad “más brillante de la tierra”, según le explicaba su padre con los ojos rebosantes de emoción.

Se acercó con pasos cortos pero decididos hasta donde él estaba.
Besó su mejilla y, con delicadeza, derramando silenciosas lágrimas, deposito París a su lado, entre el raso acolchado que recubría la madera, antes de que cerraran definitivamente el féretro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario