Érase una vez, pero sólo una,
que el hombre tiró su arma y aprendió a caminar sin ella, aprendió a dar y
recibir, a no exigir nada a quien nada le podía dar, a respetar a los demás y
amarlos sin distinguirlos por su raza, lengua, color o religión. Érase una vez,
pero sólo una, que el hombre amó a quien a su lado estaba y lo ayudó a caminar,
compartió con los otros lo que sabía y lo que tenía, aprendió a reír con las
cosas mas insignificantes, a ser feliz y a hacer felices a los demás. Érase una
vez, pero sólo una, que el mundo pudo vivir sin fronteras, sin dirigentes, sin
religiones…
Érase una vez, pero sólo una y
tan breve que cuando el hombre despertó lloró, tomó su arma y continuó matando
sin quitarse la venda de los ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario