El niño descubrió el hilo de oro
en el suelo y lo tomó. Tiro de él pero nada sucedió. Decidió seguirlo y fue
enrollándolo en su brazo conforme avanzaba. El hilo lo llevó hasta el parque y
allí hasta un banco donde había un grueso libro descansando del que salía el
hilo de oro. El niño se sentó en el banco y tomó el libro y lo abrió. Lo
llenaban letras de oro, de la primera de las cuales, una “A”, nacía el hilo que
él había ido liando en su brazo. Curioso, comenzó a leer y conforme lo hacía
las letras se fueron desvaneciendo convertidas en hilo, envolviéndolo a él. Absorto
en la lectura no tuvo conciencia del tiempo y permaneció allí leyendo, con los
ojos del corazón abiertos de par en par, sintiéndose parte del libro y de las
letras que lo envolvían. Fue héroe y villano, fue joven y anciano, fue gigante
y enano, fue monstruo y delfín, fue grande y pequeño, vivió mil vidas, visitó
mil lugares increíbles, libró mil batallas incruentas y venció en mil difíciles
encuentros. Pero sobre todo, cuando la última letra del libro llegó hasta él
convertida en hilo de oro, supo que ellas formarían parte de él para siempre y
que su vida sería no un libro sino muchos y que los compartiría con los demás
para hacerlos tan felices como él lo era en aquel momento. Se levantó del banco del parque y, llevando el
libro en blanco bajo su brazo, caminó convencido de que sería capaz de llenarlo
de nuevo con cientos de historias nuevas, escritas en letras de oro, para que
otros se vieran enredados por ellas. Había nacido un NOVELANTE.
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