domingo, 28 de diciembre de 2014

EQUILIBRIOS



    El viejo gustaba de enseñar equilibrios a su esmirriada cabra y nosotros seguíamos embelesados las que veíamos como increíbles cabriolas: vueltas y revueltas que realizaba aquel empecinado animal, dibujando una sonrisa en nuestros labios
    Destilaba magia y amor cada movimiento del conjunto que conformaban el enjuto hombre y la huesuda cabra.
    Luego, cuando el animal empezaba a cansarse, con rápidos giros de sus manos dominaba el aire el anciano y nos embrujaba a todos, haciendo aparecer y desaparecer una misteriosa bolita de color rojo.
    Y después, inventaba sueños haciendo nuevos equilibrios, esta vez con la palabra, para convertirlos en bellas historias con cuerpo de rima, embelesando y alimentando nuestros oídos, nuestros corazones, mientras la cabra dormitaba a su vera.
    En aquel pequeño solar, entre cascotes y suciedad, también nosotros hacíamos equilibrios, niños que escapaban al hambre y al dolor, a la cruel realidad de una dura posguerra. Allí podíamos vivir otra vida, huir de nuestras verdades, soñar con mundos mejores unas pocas horas al día, siempre al atardecer, justo antes de que despertaran las sombras.

EL SAPO Y LA LUNA



Ni encaramado al más alto
de los árboles del bosque
conseguiría besarte
dijo el sapo enamorado
a una deslumbrante luna
mirando su blanca faz
Y por ello me conformo
con abrazar tu reflejo
esta noche en la laguna.
  
Y dicho esto entró al agua
y al entrar produjo ondas
que dulcemente llegaron
hasta la luna dormida
serenamente en la charca
haciéndola estremecer.

sábado, 27 de diciembre de 2014

PARÍS



Tenía París en sus manos.
Sujetándolo firmemente pero con ternura.
Tan suyo era que podía hacer que nevara con solo darle la vuelta.
Cristalino, diminuto ensueño con la torre Eiffel de fondo.
Aquel París se lo trajo su padre cuando era una niña, a la vuelta de uno de sus múltiples viajes, y lo había conservado amorosa, religiosamente, en el estante de los sueños pendientes, puesto que pendiente quedó que él la llevara un día a conocer la capital de Francia.
Pero eso iba a cambiar, ya tenía el billete en su bolso, su padre se lo había regalado dos semanas antes por su diez y ocho cumpleaños. Tres días más y conocería la ciudad “más brillante de la tierra”, según le explicaba su padre con los ojos rebosantes de emoción.

Se acercó con pasos cortos pero decididos hasta donde él estaba.
Besó su mejilla y, con delicadeza, derramando silenciosas lágrimas, deposito París a su lado, entre el raso acolchado que recubría la madera, antes de que cerraran definitivamente el féretro.

domingo, 21 de diciembre de 2014

FRAGMENTO DE MI NOVELA "DE ESPINAS Y ROSAS. MEMORIA DE JOHAN PONS"



...
De Jacinto Pérez solamente supe aquello que él mismo quiso contarme, que era de un lugar llamado Piedrahita de Castro y que estudió en el Colegio Mayor San Bartolomé, en Salamanca, donde por su escasez de medios dejó los estudios con el título de bachiller. Me explicaba que tan escaso andaba de recursos que fueron muchos los días que tuvo que alimentarse de la llamada sopa boba ofrecida en los conventos a los estudiantes sin posibles. Marchó primero a Valladolid, donde malvivió durante un tiempo hasta que, conseguida carta de recomendación por mediación de una gentil dama agradecida por sus servicios amatorios, se trasladó a Valencia para trabajar en la  notaría de Bartomeu Ferragut, donde de muchas y muy variadas tropelías fue testigo hasta que, harto de tantas desvergüenzas y abusos en la persona de los más débiles, abandonó el empleo para ganarse la vida enseñando a los que menos saben, a veces sin cobrar ni un ral por su trabajo y otras veces cobrando en especies, lo que le permitía por lo menos comer todos los días y sentirse digno y satisfecho consigo mismo. Vivía en una habitación arrendada a un carnicero, en la parte alta de su comercio, a cambio de enseñar a leer y escribir a sus tres hijos. Todo era aceptable en su vida hasta que empezó a frecuentar lugares de juego en el burdel, adquiriendo deudas que no podía pagar con gentes de mal perder. Y en ese trance se hallaba cuando nos conocimos.
Ocurrió, mediado el mes de marzo del año trece, que volvíamos oscurecido ya Samuel y yo de hacer una entrega de tejidos a un mercader que tenía su almacén en la parte sur de la ciudad, próximo a la calle de Les Barques, en el que fuera barrio de pescadores, donde aún se construían y reparaban las pequeñas naves que luego eran usadas en El Grao para la descarga de los navíos y para la pesca.
Samuel empujaba el carro vacío y yo caminaba a su lado llevando por precaución el montante fijado al cinto, pues la pequeña espada que me regalara mi padre resultaba algo pequeña para la defensa en caso de ataque de algún maleante. Después de la agresión de que fuimos víctimas Salvador y yo años atrás llevaba siempre un arma conmigo y más ahora que, instruido por Jordá, sabía de su manejo. Samuel decía que con un buen garrote, que siempre portaba en el carro, se puede ahuyentar a cualquiera desarrapado que intente asaltarte.
Llegando a la calle de Eixarchs, próximos ya al taller, escuchamos griterío y sonidos propios de una pelea, cruzándonos con algunos que se alejaban por no verse involucrados.
―¡Favor! ¡Ayuda, por el amor de Dios! ―gritaba alguien, apagadas sus voces por los golpes que le daban.
Samuel y yo dejamos el carro y corrimos hacia el lugar del vocerío, él con el garrote en su mano y yo con la espada. Al girar la esquina vimos, tirado en el suelo, a un sujeto que intentaba zafarse de los golpes que le propinaban otros tres con palos.
―¡Teneos! ―gritó Samuel enarbolando su garrote.
―¡Dejadle, canallas! ―grité yo.
Al oírnos, se giraron los tres apaleadores.
―No os metáis donde no os llaman ―dijo uno de ellos―, éste es un negocio privado y nada tiene que ver con vosotros.
―Ya le habéis oído ―dijo otro―, haced camino y dejadnos impartir justicia.
―¿Justicia decís? ―intervine yo― ¿Y hacen falta tres hombres para hacer justicia apaleando a otro indefenso? ¿De qué justicia habláis vos? ¿De la que se imparte en un callejón apartado y al amparo de la oscuridad?
―¡No les hagáis caso! ―clamó el apaleado― ¡Son unos asesinos que sólo quieren matarme!
―¡Calla, comadreja! ―le dijo el tercer hombre, dándole una patada en la boca― ¡Si pagarais vuestras deudas, nada os sucedería!
―¡Dejadle ya ―terció Samuel―, o nos veremos obligados a pedirlo de otra manera!
―¡Vaya! Nos han resultado valientes los chicos, defensores de malnacidos, estafadores y comadrejas que no pagan. Al final será divertido este asunto ―comentó el primero tirando el palo y sacando su espada.
―Ahora sí que morirá alguien, y no será éste desgraciado ―habló el segundo haciendo el mismo gesto de lanzar la fusta y sacar su arma.
Samuel y yo nos miramos temiendo haber ido demasiado lejos en nuestra bravata,  pues aspecto de maleantes tenían aquellos tipos y posible era que aquello acabara mal.
―No es nuestro deseo que nadie salga malherido ―dijo Samuel―. Mejor será que dejemos las cosas como están y os vayáis en buena hora pues, por lo que veo, ya habéis dado una buena tunda al desgraciado ése que, si persistís en vuestro castigo, dudo que le quede vida para pagar ninguna deuda.
―¿Vais a tener miedo ahora? ―habló el segundo―. A ver si, aunque traéis con vosotros las armas, os habéis dejado los cojones en casa.
Rieron los tres las palabras de éste.
―¡No me dejéis aquí! ―suplicó el herido― ¡Me matarán!
―¡He dicho que os calléis! ―insistió el tercero que no se había movido de su lado y le pateó el costado―. Callad, u os arrancaré la lengua.
Sinceramente no sabíamos que hacer, pues mal sería arredrarse y marchar ya que significaba la muerte de aquel desgraciado y mal quedarse y luchar pues podría significar la nuestra también.
―Mal arreglo tiene la cuestión, rapaces ―terció el primero de los hombres― puesto que las armas ya están en nuestras manos, vosotros decidís si tiráis las vuestras al suelo y corréis con los calzones meados o aceptáis el riesgo de morir atravesados por estas espadas.
Quedamos los cuatro quietos estudiándonos, ellos esperando que saliéramos corriendo, nosotros esperando un milagro que nos librara de la lid. El segundo hombre entrecerró los ojos y quedó mirándome con fijeza, tras lo cual puso su mano sobre el hombro del compañero deteniéndolo.
―Espera Jimeno,… yo conozco a ese muchacho.
...

sábado, 20 de diciembre de 2014

EL TRONO DE OBSIDIANA



     Ésta, mi segunda novela publicada, es la primera de una tetralogía titulada “LAS LEYENDAS DEL TRÁNSITO”, y encuadrada dentro de la literatura de corte fantástico. Cuento en ella el inicio de una odisea: la huída de un grupo de jóvenes del pueblo sardukeo que se ven obligados a escapar de una muerte casi segura a manos de los invasores de sus tierras, invasores que buscan no solo la conquista sino la desaparición de ese pueblo, instigados por odios, envidias y venganzas de hechos ocurridos en tiempos pasados.
    A través de las andanzas de los cuatro protagonistas principales, Sedhek, el hijo del khai de los sardukeos, Neguré, hijo de su consejero más fiel y dos de sus amigos y compañeros en las pruebas de madurez a que los somete su pueblo, Herdiok y Nekai, recorremos en esta primera parte, en la que también se dan a conocer hechos y costumbres de las etnias a las que pertenecen y de las tribus y gentes que los rodean, el arranque de lo que será su gran aventura, su éxodo inevitable que los conducirá por tierras extrañas en las que conocerán seres fantásticos y otros no tanto, y les ocurrirán sucedidos increíbles, luchas a muerte, encuentros inimaginables y curiosas aventuras.
     Arranca la novela con la explicación de lo que es y significa el TRONO DE OBSIDIANA, y de aquél que sentó por vez primera en él y fue origen del pueblo sardukeo, el gran Sarduk, el protegido de Anú, dios de dioses. Sigue con la presentación de dos personajes fundamentales, Hakur, el cruel dirigente de los hurdos y de Gorlás, el khai de los sardukeos en los tiempos en que se desarrolla la acción, de su hijo Sedhek y de gran parte de aquellos que conforman el universo de la novela.
    La acción se sitúa en una intemporal e imaginaria edad del hierro y se desarrolla en varios escenarios: el valle del río Axés, la ciudad de Encaria, capital de reino de los enecos, el bosque de Borogmah, los llanos de Esqueram y otros más que sería largo de detallar, envuelto todo en un ambiente épico, rodeado de intrigas, traiciones, hazañas y mezquindades.
     Nada es real, todo es ficción y fantasía, fruto de la imaginación del autor. Un mundo, unos hechos, unas lenguas y unos seres que nunca existieron… ¿o sí?

viernes, 19 de diciembre de 2014

ÉRASE UNA VEZ...




Érase una vez, pero sólo una, que el hombre tiró su arma y aprendió a caminar sin ella, aprendió a dar y recibir, a no exigir nada a quien nada le podía dar, a respetar a los demás y amarlos sin distinguirlos por su raza, lengua, color o religión. Érase una vez, pero sólo una, que el hombre amó a quien a su lado estaba y lo ayudó a caminar, compartió con los otros lo que sabía y lo que tenía, aprendió a reír con las cosas mas insignificantes, a ser feliz y a hacer felices a los demás. Érase una vez, pero sólo una, que el mundo pudo vivir sin fronteras, sin dirigentes, sin religiones…

Érase una vez, pero sólo una y tan breve que cuando el hombre despertó lloró, tomó su arma y continuó matando sin quitarse la venda de los ojos.